2º PREMIO
MARIO RUIZ
3º ESO-A
TODOS TENEMOS UN POCO DE QUIJOTE
En un
lugar de la Mancha, había una vez un chico llamado Tomás, al que todo el mundo
llamaba Don Quijote, por su valentía, su coraje, su gran creatividad e
imaginación. Tomás nació el 12 de agosto del año 1752, en el seno de una clase
social baja. Su afición era leer libros de muchas categorías; pero sobre todo,
eran fantásticas, de misterio y tesoro las que más le gustaba.
Tomás,
era gran amigo de San Andrés, con una personalidad parecida a la de Sancho
Panza, pero con algunas diferencias importantes. Andrés tenía unos 30 años, uno
menos que Tomás. Él nació el 14 de octubre del año 1753.
Tomás,
quien finalmente decide cambiarse su nombre por el de don Quijote, empieza a
vivir sus aventuras que, claro, son un poco imaginarias. Pero, antes de ponerse
en marcha convence a su amigo, Andrés, para que le acompañe en busca de un
tesoro que se creía que había a muchas millas.
Pasaron
unos días en sus hogares repasando el equipaje, los caballos, la ruta, los
mapas, la comida...
Por fin,
el día 10 de octubre de 1783 parten de su hogar, y, entonces, es cuando don
Quijote empieza a imaginarse cosas raras, como si fueran alucinaciones; por
ejemplo, en vez de ver los enormes árboles que brotaban del suelo, veía
gigantes moviéndose, a quienes sin duda el hombre un poco
"visionario" atacó y se dirigió con gran ímpetu hacia ellos. De nada
le sirvió, pues los árboles tan grandes eran que rechazaron la lanza con que
don Quijote apuntó.
Asi
pues, continuaron su viaje hacia el norte. Al cabo de unas horas acamparon en
un bosque grande y verde. Se hizo de noche y de repente don Quijote vio a un
anciano, de quien pensó que era un mago que podía ayudarle. Como el
"mago" se estaba alejando de allí, don Quijote debía de acercarse a
él, y eso hizo, aún sabiendo que por los ronquidos de su compañero Andrés,
estaba dormido. Después de una gran charla con él, el anciano sin arrugas y de
pelo blanco le aconsejó que el tesoro estaba cerca, y de que había visto a más
personas pasar antes; inmediatamente al oír eso, se fue adonde instalaron la
tienda, donde Andrés ya había desayunado.
Se
pusieron en marcha, corriendo a toda prisa, sus corazones iban a mil por hora.
Cada vez estaban más cerca del tesoro, pero entonces divisaron un puente viejo,
estrecho y de unos 800 metros de longitud. Además, el puente hecho con una
madera desgastada pasaba sobre un precipicio de unos 100 metros. ¿Se atreverían
a cruzar el puente o iban a dar un rodeo? No había tiempo que perder y los dos empezaron a cruzar el puente. Para
cruzar un puente así había que tener una serie de cualidades que no todo el
mundo tenía: fuerza, seguridad, intuición de "dónde poner el pie" y,
sobre todo, había que estar muy concentrado al cien por cien. En una ocasión
casi se caen, estuvieron muy cerca de perder el equilibrio y caer. Al final,
lograron salir vivos y de una pieza de aquel mal sitio que el destino les había
dado.
Después,
ascendieron por el blanco brillo de la nieve de las montañas nevadas. Hacía
frío y el viento soplaba fuerte; pero incluso aquí había seres. Se toparon casi
por casualidad con unos seres muy pequeños, eran "los enanos", un
pueblo del que se decía que se había extinguido hacía milenios. Pero no era
así, y comenzaron a atacarles sin piedad. Su furia se veía en sus ojos,
chillaban como animales. Rápidamente los dos jóvenes salieron corriendo de
allí. Ya casi los tenían encima, hasta que ambos se escurrieron por la nieve
haciendo que alcanzaran velocidades increíbles.
Al rato,
dejaron la nieve atrás y frenaron. Hacía ya mucho que dejaron atrás a los
enemigos. Prosiguieron con su camino bordeando valles, ríos, pequeñas montañas...
Cuando por fin llegaron al punto donde se indicaba en el mapa se percataron de
que estaba dentro de una ciudad reducida a cenizas. ¿Por qué? Por un dragón que
se les había adelantado. Los dragones eran los seres más codiciosos de tesoros.
La gente corría por todas partes, iban de un lado para otro escapando de ese
gran infierno que se había desatado.
Para
matar a la bestia los dos guerreros planearon un magnífico plan que consistía
en impregnar de aceite al dragón para que cuando escupiera fuego se quemara. ¡Y
así fue! El dragón fue muerto por sus propias llamas. Tras el ataque fueron a
por el tesoro. Pero tras ver a tanta gente pobre tras la destrucción, sin
comida, sin hogar, ambos de gran corazón, cedieron su tesoro a la gente de
aquella ciudad. Y la princesa del lugar, admirando ese acto, se casó con Don
Quijote. Andrés, por su parte, recibió el caballo más rápido que jamás se había
visto como agradecimiento.
En la
actualidad, en este lugar existe una estatua de gran tamaño de bronce, en la
que se ve a San Andrés montado en su caballo y a Don Quijote con su gran lanza,
en recuerdo de la bondad de estos personajes que de forma tan generosa
renunciaron al deseado tesoro en beneficio de toda la gente de aquel pueblo.
Este
historia llegó hasta nuestro días en forma de leyenda contada de generación en
generación por las fabulosas e increíbles aventuras que vivieron juntos y por
su moraleja.
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