lunes, 22 de agosto de 2016

I CERTAMEN DE RELATOS DE TERROR-2000 ROMÁNTICOS: LA LOCURA DEL REY (SELECCIONADO)





DAVID MARTÍN TORREJÓN
                                                                            4º E.S.O. /B

LA LOCURA DEL REY

La mañana del 4 de abril de 1717, Felipe V, también conocido como “el animoso” se dispuso, como cada mañana, a desayunar junto con su familia. Al terminar, se dirigió a los magníficos jardines de palacio, a hacer su recorrido habitual. Siempre disfrutaba de sus retiros  en  la Granja de San Ildefonso.
Lo mismo de cada día pensaba él, pero esta vez no fue así.  Era primavera y las flores estaban en su esplendor. A medio camino,  llamó su atención  un rosal en concreto, sus flores no eran comunes, eran de un color blanco especial y con una característica poco habitual, habían crecido sin espinas.
Su olor era fascinante, y en un impulso irresistible arrancó una rosa  colocándola en el bolsillo superior de su casaca, para que todo el mundo la pudiera ver y admirar.
Feliz por su hallazgo, en esta ocasión no le importó dirigirse a palacio para atender sus pesadas labores reales.
En su despacho, absorto en sus pensamientos, se quedó fijo mirando y observando una carta de procedencia misteriosa.  Tenía un lacre muy particular.  Aunque su color era rojo, como cualquier otro, en el centro tenía el dibujo de una rosa.  Antes de que pudiera abrirla, sonaron los relojes avisando que era la hora de comer.  Dejó el escritorio empantanado de papeles y se dirigió pensativo al comedor, dispuesto a deleitar el suculento cerdo asado, con la peculiar y típica manzana en la boca del cochinillo.
Al caer la tarde se fue a las caballerizas y mandó preparar su mejor caballo. Una vez todo preparado y listo, se lanzó a cabalgar por las inmediaciones de palacio. Disfrutaba libre, apartado de toda preocupación y deber, cuando de repente el corcel tiró al rey al suelo y huyó despavorido.  Felipe no veía por el cegamiento que le producía el sol, era como si le atacara.  El suelo y la hierba emitían un calor inmenso.   Consiguió ponerse en pie y salir huyendo hasta que llegó a una zona en penumbra, era un bosque muy denso, donde apenas se podía caminar.  Exhausto por el cansancio paró a beber en un manantial, y al ver su reflejo en el agua vio su rostro desfigurado, como si de la propia muerte se tratara.  El agua se tornó negra y miles de manos surgieron  arrastrándolo hacia la oscura profundidad.
Le encontraron horas después adherido de frío, con la ropa hecha jirones y balbuceando palabras sin sentido.
Tras este incidente empezó a cambiar, ya no montaba a caballo, las tareas a veces se le olvidaban, le daba por romper cosas, descuidó su aspecto dejándose crecer el pelo y las uñas, pues pensaba que estos actos le propiciarían desgracias.  Incluso, más de una vez, se paseó por palacio desnudo.  Lo único que no dejo de realizar fueron sus visitas al jardín, de donde siempre venía con una rosa blanca.  No se sabía cómo, pero en un rosal apartado de los demás, siempre brotaba una rosa nueva.
Todo iba normal dentro de la locura que vivía.
 Una noche al acostarse no conseguía conciliar el sueño y empezó a dar vueltas por la habitación cada vez más rápido , saltaba , gritaba y no dejaba de repetir el nombre de su fallecida primera esposa, María Luisa,  una y otra vez sin descanso.  Cuando consiguieron tranquilizarle, le dejaron descansar, y a la mañana siguiente, al ir a despertarlo, se encontraron con una imagen que tardarían mucho en olvidar.  El dormitorio estaba en penumbra, pero un olor nauseabundo acompañaba la estancia.  Al abrir las cortinas e iluminar la habitación, el rojo bañaba las paredes, y el rey sentado en su cama, acunaba el cuerpo inerte de una joven criada al servicio de la reina.  Las extremidades de la joven estaban esparcidas por toda la alcoba, y el rey cubierto de sangre tenía su mirada perdida.
En aquella imagen tan espantosa resaltaba el color blanco de una rosa que adornaba los cabellos de la joven.
Al meter al rey en la bañera, éste despertó de su estado catatónico, y alterado y sin saber dónde se encontraba, exigía respuestas. No sabía lo que había ocurrido y todos le miraban con temor.
Tras contarle lo acontecido, el rey no daba crédito, él no era ningún asesino, tenía que averiguar lo que estaba ocurriendo y demostrar su inocencia.
Dos días después del asesinato de la joven, el rey dormía plácidamente en sus aposentos, cuando oyó que le llamaban.  Al incorporarse, la ventana se abrió bruscamente empujada por un gélido viento.  El picaporte de la puerta se movía frenéticamente arriba y abajo. Aterrado, consiguió llegar hasta la puerta y al abrirla, al fondo del pasillo una criatura reptaba  hacia él.  Su inhumana presencia, sus retorcidas y esqueléticas manos y sus maléficos ojos desprendían ira. 
La criatura poseyó su cuerpo. Corría por los enormes pasillos de palacio empujando y destrozando todo lo que se interponía en su paso.  Se encontró con una criada que, al verle a cuatro patas con sus enormes uñas, la ropa destrozada y cubierto de su propia sangre, salió corriendo y pidiendo auxilio.   Antes de que alguien pudiera socorrerla, el rey la alcanzó y estranguló hasta la muerte. Cuando llegaron más personas alertadas por los gritos,  y al ver lo ocurrido, se lanzaron a por él y le inmovilizaron. Le llevaron de vuelta a sus aposentos y le dejaron allí encerrado.
Los criados fueron a recoger el cuerpo sin vida de la joven que había sido asesinada por el rey.  Junto a él encontraron una diferenciada y notable rosa blanca como las que solía coger el rey, pero ésta estaba marchita, parecía tener ya mucho tiempo, como si la hubiera estado guardando para aquel momento.
Felipe volvió en sí, y al ver su espantosa imagen reflejada en el espejo, pudo imaginar lo ocurrido, ese monstruo no era él.  Lloró amargamente y reflexionando  trazó un plan.
 Pidió a sus criados que le encerraran con cadenas en sus aposentos, para poder demostrar su inocencia.
Era noche cerrada.  La tormenta estalló con toda su fuerza, los relámpagos iluminaban el palacio, y los truenos martilleaban los oídos.
Felipe, desvelado por los acontecimientos, no podía dejar de pensar en el culpable de aquellos asesinatos.  Se dirigió a su escritorio para distraerse con el papeleo, y se quedó fijo mirando la carta que había dejado olvidada y, que tiempo atrás, había llamado su atención por el peculiar lacre que contenía.
Abrió la carta y al leer, no podía dar crédito a sus ojos, era un escrito  de su primera esposa María Luisa, expresando su última voluntad.  Indicaba su tristeza al abandonar este mundo, proclamaba su gran amor por el rey y su deseo de que sus restos descansaran, junto a él, en la cripta del Palacio de la Granja de San Ildefonso.
Mientras el rey leía encerrado en su habitación, en la zona de servicio de palacio, la criatura  volvió a aparecer. Correteaba por los inmensos pasillos en busca de una nueva presa. Esa noche no sería distinta, calmaría su sed de venganza con otra criada.  Ante sus ojos, apareció una joven de cabellos castaños que apenas tenía 20 años.  La atrapó con violencia y la iba desollando mientras la joven chillaba y gritaba de dolor hasta desfallecer.
Tras la lectura, Felipe entendió todo.  Con todas sus fuerzas gritó el nombre de su esposa fallecida, y la criatura al oírlo soltó su presa y se dirigió hacia la estancia del rey.
Violentamente la criatura entró en la habitación. Felipe aterrado, volvió a gritar el nombre de su mujer y entonces se produjo una transformación.  Un bello espíritu rodeado de una estela blanca iluminó la estancia y el hermoso rostro de su mujer le miraba fijamente.
Felipe la pidió perdón y prometió cumplir su deseo de que su cuerpo descansase en paz en la cripta de la Granja de San Ildefonso.
A la mañana siguiente, el rey, se encargó personalmente de acompañar el cuerpo de María Luisa, que yacía en el Escorial.
            Ese día, Felipe adornó el enterramiento de su esposa con las rosas blancas sin espinas que crecían en el jardín.

            Las rosas ya no volvieron a crecer.  Los asesinatos cesaron  y por fin la reina pudo descansar en paz.  

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