María
Herrero Casero
4ºE.S.O. /A
EL
ANTIGUO ORFANATO.
Decidimos
celebrar el cumpleaños de Cristina en una casa rural y darle una sorpresa. Al
final seríamos cinco los que iríamos. No importaba ¡lo pasaríamos fenomenal
igualmente!
Además la
casa rural tenía su morbo, porque hacía ya bastantes años había sido un
orfanato y según contaban en el pueblo se habían producido una serie de
asesinatos que quedaron sin resolver.
Los
crímenes habían sido investigados pero nunca encontraron al culpable o
culpables. Según contaron los demás niños del orfanato, una figura
fantasmagórica apareció y los fue matando uno a uno.
A pesar de
ello, decidimos ir. Todo esto había pasado hace muchos años.
El viernes
por la mañana, cogimos el coche, metimos nuestras maletas dentro del maletero y
pusimos rumbo a la casa rural.
¡Cristina
estaba emocionada! Miles de veces nos dio las gracias por ese maravilloso
regalo
-No nos
des las gracias…te lo mereces- dijo Pablo- por ser tan buena amiga. Además…esta
será ¡tu última noche!.
Todos nos
empezamos a reír al ver la cara de Cristina.
-¡Es una
broma! ¡No te asustes!- dije yo. Ya te hemos contado la historia sobre la
casa…pero…¿no creerás en fantasmas?.
-¡NOOO!-
dijo Cristina aunque su cara decía lo contrario.
Pablo,
Sergio, Carol y yo nos conocíamos desde pequeños. Habíamos crecido juntos,
habíamos ido a la misma guardería, al colegio e incluso al instituto. Éramos
muy buenos amigos y esperábamos que esto siguiese así durante mucho tiempo.
Cristina,
en cambio, había llegado a nuestra ciudad hacía unos dos años.
Era una
chica alta, guapa y un poco tímida.
Se
instaló cerca de nuestro cerca de nuestro barrio con su madre y coincidimos en
clase.
Al principio,
nos costó bastante acercarnos a ella y que se abriera a nosotros, pero poco a
poco nos ganamos su confianza y se integró perfectamente en el grupo.
Cuanto
más la conocíamos, más nos agradaba su compañía.
Pasaron
unos meses y nos contó que su madre y ella habían decidido trasladarse a otra
ciudad para huir de su padre y de las habladurías de la gente del pueblo de
donde procedían.
Su padre
las maltrataba y su madre por fin había tenido el valor de separarse de él.
Habían decidido comenzar una nueva vida en
algún lugar lejos de allí donde nadie las conociera.
Un día,
Cristina nos comentó:
-Estoy
muy feliz de haber venido aquí y haberos conocidos a todos. Me habéis cambiado
la vida. Nunca pensé que empezar de nuevo en otra ciudad, podría ser tan
fácil…y eso os lo debo a vosotros. Gracias.
La
abrazamos fuertemente para hacerla sentir que ella había pasado a formar parte
de nuestra pequeña “familia”.
Por eso,
decidimos darla una sorpresa muy especial para su cumpleaños, y pensamos que lo
mejor era pasar un fin de semana todos juntos.
Cuando
fuimos a alquilar la casa en el pueblo nos dijeron que en ella habían matado
primero a un chico y después cada veinticinco de cada mes iban matando a otro,
así hasta cinco chicos y chicas.
Los
asesinatos cesaron y el orfanato fue cerrado y en su lugar hicieron un complejo
de casas rurales, piscinas…rodeadas de un hermoso bosque y aisladas de todo
contacto con los alrededores.
Pasamos
un viernes maravilloso. Paseamos alrededor del complejo, hicimos una barbacoa,
nos bañamos en la piscina…
¡No
paramos en todo el día!
Por la
noche nos sentamos cerca de la chimenea y empezamos a contar historias de
terror. Cristina, era muy miedosa y nos pidió por favor que dejáramos de hablar
de esas cosas.
Muy de
madrugada nos fuimos a la cama.
Estábamos
profundamente dormidas cuando oímos unos gritos que nos hicieron saltar de la
cama y agarrarnos fuertemente las tres. En la otra habitación dormían Pablo y
Sergio y el grito había salido de allí.
Cuando
conseguimos recuperarnos un poco, abrimos la puerta muy despacio y nos
asomamos. La puerta de la habitación de los chicos estaba abierta.
Nos
acercamos las tres sigilosamente y lo que vimos nos hizo correr todo lo que
pudimos hacia nuestra habitación y encerrarnos en ella.
¡Dios
mío! ¡Pablo y Sergio estaban muertos! Y en la pared habían escrito “las
siguientes seréis vosotras”.
Cogimos
el móvil para llamar a la policía, pero apenas teníamos cobertura. ¡Teníamos
que escapar de allí y avisar a alguien!
La
historia de hace años se volvía a repetir.
Teníamos
que salir de la casa y rápidamente.
Abrimos
la puerta de la habitación y Carol miró para un lado y para otro.
-Podemos
salir- dijo muy despacio. No se veía a nadie.
Estábamos
fuera en el pasillo y comenzamos a bajar la escalera de caracol, cuando de repente
apareció una figura vestida totalmente de negro, agarró a Carol de un brazo y
los dos cayeron rodando escaleras abajo.
Empezamos
a gritar. No sabíamos que hacer. Bajamos las escaleras tan rápido como pudimos
para intentar ayudar a Carol, pero de repente vimos brillar el filo de un
cuchillo y supimos que nada podíamos hacer por ella.
Carol
gritaba, se revolvía intentando salir de allí pero nada pudo hacer. El cuchillo
penetraba una y otra vez en la blanca piel de Carol, la sangre salía a
borbotones.
Se hizo el
silencio. Carol había muerto.
Gritamos
todo lo que pudimos pero nadie podía oírnos, porque las casas rurales estaban
muy lejos unas de otras, prácticamente aisladas.
Era
totalmente imposible que alguien pudiera escucharnos.
Como
pudimos abrimos la puerta de la casa y salimos corriendo hacia el bosque,
intentando escondernos en algún sitio donde no pudiese encontrarnos. Pero era
más rápido que nosotras. Llegó a nuestra altura y cogió a Cristina por los
pelos tirándola al suelo y clavándola el cuchillo repetidas veces.
Yo escapé
y me escondí detrás de un gran árbol, esperando que no llegase a encontrarme;
pero me entró el pánico y corrí y corrí…tuve que parar un momento para tomar
aire.
No sé el
tiempo que pasó pero ya empezaba a amanecer. Empecé a correr de nuevo y cada
vez más deprisa, sin mirar para atrás. No podía creer lo que estaba ocurriendo.
Pablo,
Sergio, Carol y Cristina estaban ¡todos muertos! y la siguiente sería yo si no
conseguía llegar a algún sitio en el cual pudiera ponerme a salvo.
De
repente a lo lejos vi una luz. -¡Estaba salvada!. Alguien podría ayudarme.
La luz
procedía de una casa. Era vieja, grande y estaba aislada, pero me pareció lo
mejor que me había pasado en mucho tiempo.
Llamé al
timbre numerosas veces. Al cabo de un rato oí pasos que se acercaban y la
puerta se abrió.
Era un hombre, no muy mayor, alrededor de
cuarenta y cinco años, mal vestido, con barba…y su aspecto no me agradó, pero
en ese momento pensé que era el único que podría ayudarme.
Le conté
todo lo sucedido y él me dijo que no me preocupase, que me ayudaría.
Me hizo
pasar dentro de la casa, prometiéndome que haría todo lo posible para
solucionarlo. Me ofreció una manzanilla o una tila para tranquilizarme y yo
acepté encantada. Me haría entrar en calor. ¡Estaba helada!
Mientras él
se dirigía a la cocina, me levanté de la silla y miré curiosamente a mi
alrededor. Era un salón bastante grande a pesar de los libros esparcidos por el
suelo resultaba acogedor. El salón conectaba con la cocina, la cual era pequeña
y en la que disponía varios platos apilados cuidadosamente unos encima de otros
y unos pequeños vasos con un líquido dentro. A juzgar por la botella que estaba
al lado de ellos, podría decirse que era Jack Daniels.
Mientras
esperaba ya un poco más relajada, me llamó la atención una serie de fotografías
que estaban encima de un antiguo aparador, y en especial una de ellas.
En la
fotografía se veían unos niños y niñas todos juntos con sus caritas asustadas,
vestidos igual: sus ropas viejas, sin color y desgastadas por el paso del
tiempo me hicieron recordar al niño de la película “El niño del pijama de
rayas”. Sus cabezas rapadas me horrorizaron…Ver aquella imagen y pensar cuanto
debían de haber sufrido me hizo que se me saltaran las lágrimas.
Parecían presos
en una cárcel.
Y de
repente me di cuenta…
La foto
era de los niños del antiguo orfanato.
Entonces
supe que me había equivocado. Había llegado a la casa de mi asesino.
Yo, sería
la siguiente.
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