lunes, 22 de agosto de 2016

I CERTAMEN DE RELATOS DE TERROR-2000 ROMÁNTICOS: EL ANTIGUO ORFANATO (SELECCIONADO)




María Herrero Casero
                                                                                               4ºE.S.O. /A


EL ANTIGUO ORFANATO.

          Decidimos celebrar el cumpleaños de Cristina en una casa rural y darle una sorpresa. Al final seríamos cinco los que iríamos. No importaba ¡lo pasaríamos fenomenal igualmente!
          Además la casa rural tenía su morbo, porque hacía ya bastantes años había sido un orfanato y según contaban en el pueblo se habían producido una serie de asesinatos que quedaron sin resolver.
          Los crímenes habían sido investigados pero nunca encontraron al culpable o culpables. Según contaron los demás niños del orfanato, una figura fantasmagórica apareció y los fue matando uno a uno.
         A pesar de ello, decidimos ir. Todo esto había pasado hace muchos años.
         El viernes por la mañana, cogimos el coche, metimos nuestras maletas dentro del maletero y pusimos rumbo a la casa rural.
          ¡Cristina estaba emocionada! Miles de veces nos dio las gracias por ese maravilloso regalo
         -No nos des las gracias…te lo mereces- dijo Pablo- por ser tan buena amiga. Además…esta será ¡tu última noche!.
          Todos nos empezamos a reír al ver la cara de Cristina.
          -¡Es una broma! ¡No te asustes!- dije yo. Ya te hemos contado la historia sobre la casa…pero…¿no creerás en fantasmas?.
          -¡NOOO!- dijo Cristina aunque su cara decía lo contrario.
          Pablo, Sergio, Carol y yo nos conocíamos desde pequeños. Habíamos crecido juntos, habíamos ido a la misma guardería, al colegio e incluso al instituto. Éramos muy buenos amigos y esperábamos que esto siguiese así durante mucho tiempo.
          Cristina, en cambio, había llegado a nuestra ciudad hacía unos dos años.
          Era una chica alta, guapa y un poco tímida.
          Se instaló cerca de nuestro cerca de nuestro barrio con su madre y coincidimos en clase.
          Al principio, nos costó bastante acercarnos a ella y que se abriera a nosotros, pero poco a poco nos ganamos su confianza y se integró perfectamente en el grupo.
          Cuanto más la conocíamos, más nos agradaba su compañía.
          Pasaron unos meses y nos contó que su madre y ella habían decidido trasladarse a otra ciudad para huir de su padre y de las habladurías de la gente del pueblo de donde procedían.
          Su padre las maltrataba y su madre por fin había tenido el valor de separarse de él.
          Habían decidido comenzar una nueva vida en algún lugar lejos de allí donde nadie las conociera.
          Un día, Cristina nos comentó:
          -Estoy muy feliz de haber venido aquí y haberos conocidos a todos. Me habéis cambiado la vida. Nunca pensé que empezar de nuevo en otra ciudad, podría ser tan fácil…y eso os lo debo a vosotros. Gracias.
          La abrazamos fuertemente para hacerla sentir que ella había pasado a formar parte de nuestra pequeña “familia”.
          Por eso, decidimos darla una sorpresa muy especial para su cumpleaños, y pensamos que lo mejor era pasar un fin de semana todos juntos.
          Cuando fuimos a alquilar la casa en el pueblo nos dijeron que en ella habían matado primero a un chico y después cada veinticinco de cada mes iban matando a otro, así hasta cinco chicos y chicas.
          Los asesinatos cesaron y el orfanato fue cerrado y en su lugar hicieron un complejo de casas rurales, piscinas…rodeadas de un hermoso bosque y aisladas de todo contacto con los alrededores.
          Pasamos un viernes maravilloso. Paseamos alrededor del complejo, hicimos una barbacoa, nos bañamos en la piscina…
          ¡No paramos en todo el día!
          Por la noche nos sentamos cerca de la chimenea y empezamos a contar historias de terror. Cristina, era muy miedosa y nos pidió por favor que dejáramos de hablar de esas cosas.
          Muy de madrugada nos fuimos a la cama.
          Estábamos profundamente dormidas cuando oímos unos gritos que nos hicieron saltar de la cama y agarrarnos fuertemente las tres. En la otra habitación dormían Pablo y Sergio y el grito había salido de allí.
          Cuando conseguimos recuperarnos un poco, abrimos la puerta muy despacio y nos asomamos. La puerta de la habitación de los chicos estaba abierta.
          Nos acercamos las tres sigilosamente y lo que vimos nos hizo correr todo lo que pudimos hacia nuestra habitación y encerrarnos en ella.
          ¡Dios mío! ¡Pablo y Sergio estaban muertos! Y en la pared habían escrito “las siguientes seréis vosotras”.
          Cogimos el móvil para llamar a la policía, pero apenas teníamos cobertura. ¡Teníamos que escapar de allí y avisar a alguien!
          La historia de hace años se volvía a repetir.
          Teníamos que salir de la casa y rápidamente.
          Abrimos la puerta de la habitación y Carol miró para un lado y para otro.
          -Podemos salir- dijo muy despacio. No se veía a nadie.
          Estábamos fuera en el pasillo y comenzamos a bajar la escalera de caracol, cuando de repente apareció una figura vestida totalmente de negro, agarró a Carol de un brazo y los dos cayeron rodando escaleras abajo.
          Empezamos a gritar. No sabíamos que hacer. Bajamos las escaleras tan rápido como pudimos para intentar ayudar a Carol, pero de repente vimos brillar el filo de un cuchillo y supimos que nada podíamos hacer por ella.
          Carol gritaba, se revolvía intentando salir de allí pero nada pudo hacer. El cuchillo penetraba una y otra vez en la blanca piel de Carol, la sangre salía a borbotones.
         Se hizo el silencio. Carol había muerto.
         Gritamos todo lo que pudimos pero nadie podía oírnos, porque las casas rurales estaban muy lejos unas de otras, prácticamente aisladas.
          Era totalmente imposible que alguien pudiera escucharnos.
         Como pudimos abrimos la puerta de la casa y salimos corriendo hacia el bosque, intentando escondernos en algún sitio donde no pudiese encontrarnos. Pero era más rápido que nosotras. Llegó a nuestra altura y cogió a Cristina por los pelos tirándola al suelo y clavándola el cuchillo repetidas veces.
          Yo escapé y me escondí detrás de un gran árbol, esperando que no llegase a encontrarme; pero me entró el pánico y corrí y corrí…tuve que parar un momento para tomar aire.
          No sé el tiempo que pasó pero ya empezaba a amanecer. Empecé a correr de nuevo y cada vez más deprisa, sin mirar para atrás. No podía creer lo que estaba ocurriendo.
          Pablo, Sergio, Carol y Cristina estaban ¡todos muertos! y la siguiente sería yo si no conseguía llegar a algún sitio en el cual pudiera ponerme a salvo.
          De repente a lo lejos vi una luz. -¡Estaba salvada!. Alguien podría ayudarme.
          La luz procedía de una casa. Era vieja, grande y estaba aislada, pero me pareció lo mejor que me había pasado en mucho tiempo.
          Llamé al timbre numerosas veces. Al cabo de un rato oí pasos que se acercaban y la puerta se abrió.
          Era un hombre, no muy mayor, alrededor de cuarenta y cinco años, mal vestido, con barba…y su aspecto no me agradó, pero en ese momento pensé que era el único que podría ayudarme.
          Le conté todo lo sucedido y él me dijo que no me preocupase, que me ayudaría.
          Me hizo pasar dentro de la casa, prometiéndome que haría todo lo posible para solucionarlo. Me ofreció una manzanilla o una tila para tranquilizarme y yo acepté encantada. Me haría entrar en calor. ¡Estaba helada!
         Mientras él se dirigía a la cocina, me levanté de la silla y miré curiosamente a mi alrededor. Era un salón bastante grande a pesar de los libros esparcidos por el suelo resultaba acogedor. El salón conectaba con la cocina, la cual era pequeña y en la que disponía varios platos apilados cuidadosamente unos encima de otros y unos pequeños vasos con un líquido dentro. A juzgar por la botella que estaba al lado de ellos, podría decirse que era Jack Daniels.
          Mientras esperaba ya un poco más relajada, me llamó la atención una serie de fotografías que estaban encima de un antiguo aparador, y en especial una de ellas.
         En la fotografía se veían unos niños y niñas todos juntos con sus caritas asustadas, vestidos igual: sus ropas viejas, sin color y desgastadas por el paso del tiempo me hicieron recordar al niño de la película “El niño del pijama de rayas”. Sus cabezas rapadas me horrorizaron…Ver aquella imagen y pensar cuanto debían de haber sufrido me hizo que se me saltaran las lágrimas.
          Parecían presos en una cárcel.
          Y de repente me di cuenta…         
          La foto era de los niños del antiguo orfanato.
          Entonces supe que me había equivocado. Había llegado a la casa de mi asesino.
          Yo, sería la siguiente.

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