lunes, 22 de agosto de 2016

I CERTAMEN DE RELATOS DE TERROR-2000 ROMÁNTICOS: LA SALA NEGRA (SELECCIONADO)



                                                                          
 JAIME MARTINEZ POLO
                                                                                                          4º E.S.O. / B

LA SALA NEGRA
         Eran las doce de la mañana, me desperté en un lugar oscuro, olía a humedad, estaba aturdido, no había luz y apenas podía dar dos pasos sin chocarme con alguna pared. Decidí sentarme en el suelo un rato, pensé que eso me despejaría, y podría tomar decisiones con más claridad. Estando sentado, mi mente no discernía si tenía los ojos abiertos o cerrados. Por un momento pensé que había muerto, y hasta tiempo después no descubrí que no era así.
         Perdí la noción del tiempo y confundía un momento con una hora. Al cerrar los ojos veía luces, de distintos colores que reproducían en mi cabeza distintas formas. Al fin me desperecé y, sin quererlo, estuve contemplando la oscuridad con la mente en blanco y la mirada perdida. Al rato, un ruido me sacó de mi ensimismamiento, era un ruido seco. Alguien golpeaba una puerta, rápidamente me levanté y me dirigí efusivamente hacia el epicentro del ruido, pero me topé con algunos objetos que me impedían avanzar a un ritmo acelerado.
        Tras sortear a todos ellos, tropecé con lo que podía ser una madera, por su peso y el sonido reproducido al trastabillar con el objeto; tras ello, acabé chocándome con una pared rugosa, por el tacto identifiqué que se trataba de un tabique, que simbolizaba el descuido de toda la sala. Tras ello avancé con medio cuerpo y las dos manos pegadas al paredón, sentía un sudor frío que subía e iba creciendo desde las rodillas hasta la cabeza; tenía miedo a no saber qué me podía encontrar, quizá la situación de desconocimiento pleno en lo que ocurría era lo que me producía todas aquellas sensaciones en mi cuerpo. Tras avanzar cinco o seis pasos de zancada corta, debido al miedo que corría por mi cuerpo, encontré lo que parecía ser una palanca (me recordaba a la que había en casa para bajar del almacén a la escuadra toda la paja). Por un momento me dieron ganas de llorar, pero pensé que la desesperación no debía de poder conmigo, esto solo me llevaría a la desolación y al fracaso.
        Lo palpé, y seguí con el tacto el recorrido de la barra, me di cuenta de que evocaba a una trampilla en el techo y la moví, pero no ocurrió nada ni siquiera aquella trampilla que creía que se abriría tras mover aquella manecilla. Pausadamente comenzaron a crujir las maderas que componían el techo y, con ello, comenzaron a penetrar en aquella enorme sala rayos solares, me percaté del cúmulo de objetos que se hallaban a mi alrededor.
        Me encontraba en un sótano, en el cual no había ventanas, si una pequeña puerta que parecía ser maciza. El subterráneo se distribuía en forma de ”L” de la siguiente manera: en el centro del lugar se hallaba la puerta un tanto fría (seguramente de donde provenía el ruido), enfrente y a ambos lados de este se encontraban dos salas, a la izquierda, enfrente de las dos habitaciones, se encontraba lo que había sido una silla, destrozada.
        Tras conocer las circunstancias en las que se disponía el escondite, comencé por la silla; me acerqué pausadamente, sin temor a nada, pero siendo prudente con mis pasos. Seguí un rastro de sangre que se finalizaba en la parte trasera del montón de maderas que, en algún momento, formaban el asiento, mi sorpresa fue que tras esto se encontraban huesos apilados y colocados según tamaños, lo que me hizo dar un salto hacia atrás.
        Me percaté de un ruido que procedía del exterior de la sala; se acercaba alguien y pensé que lo peor sería que al entrar me contemplara observando, lo que sería el rastro del asesinato de muchas personas(deduciéndolo por la cantidad de huesos).
         Por el volumen de la conversación se acercaban a mi ubicación, quedé en shock, mi cuerpo no respondía y mi mente no era capaz de elaborar una solución para aquella situación. De repente, alguien tocó la puerta. Nadie la abrió, esto me daría algún tiempo para pensar qué hacer y cómo reaccionar cuando llegaran a mí, además me daría un tiempo para alejarme de aquella esquina. De pronto se me ocurrió coger una de las maderas que componían la mecedora, esconderme cerca para cuando entrasen al sótano, golpear a quien entrase y tratar de encontrar una salida. Todo estaba pensado, solo me hacía falta mantenerme firme y ejecutar lo pensado con frialdad, mentalizándome de que esas no serían buenas personas y que de nada tenía que preocuparme al golpearas.
         De pronto una parte de la puerta se abrió, y alguien dejó comida en aquel húmedo suelo. Se alejó el sujeto, y las puertas se cerraron, me levanté de un salto y con el objeto en alto me dispuse a golpear todo aquello q se pusiera en mi camino.  Quedé boquiabierto y derrumbado en la desmotivación tras ver que la puerta sólo se había abierto para dejar una bandeja de metal de forma romboidal putrefacta, y en muy mal estado con 4 espacios en los que distribuir la comida, en la cual había un puré de aspecto espeso y color marrón; otro espacio ocupado por agua y otro más en el cual se encontraba un bloque compacto y sólido con tonos blancos y rojos. Me acerqué por segunda vez a la puerta para confirmar que no había nada y así fue. Tras ello pensé si mantenerme en el sótano, o golpear a puerta con la intención de derribarla y al fin escapar, y buscar salidas y soluciones. Mi cuerpo se llenó de rabia y de una patada tiré toda la comida que se hallaba en la bandeja. Me tiré al suelo y tan sólo me calmaba el hecho de estar vivo aunque muy desesperado. Tras ello me dormí.
        Al día siguiente, abrí los ojos y me encontré en una sala en la cual se encontraban objetos de operación tales como un bisturí. Sin hacer mucho ruido, intenté incorporarme y ver a mi alrededor. En la puerta de la habitación se encontraban dos personas que la aguardaban. Al fin descubrí que me habían sujeto a la camilla en la que estaba tumbado, y se disponían a operarme. Al rato, un hombre con bata, mascarilla y calcetines sujetos a unas agujereadas chanclas se acercó a mí. Tras él le acompañaban dos hombres más; el “médico” se quedó mirándome y de un movimiento brusco me su acompañante me cogió de la cara y me inyectó una aguja en la yugular, comencé a moverme bruscamente intentando escabullirme del pinchazo. Poco a poco perdía fuerzas para pelear y me iba quedando dormido sin quererlo, me preguntaba porque dejaba de moverme, pero tras un golpe del acompañante quedé K.O. Tras ello, dormí en un profundísimo e indespertable sueño, quizá no fuera un sueño, por aquello de que no recuerdo nada.
        Tras despertar de aquella horrible situación me dolían las costillas. De nuevo me encontraba en el mismo lugar en el que me dormí. Aquel lugar frío junto con el dolor insufrible e incómodo que habitaba en mi interior, hizo que volviera a dormirme. En esta ocasión sí soñaría, mejor dicho tendría una pesadilla, que creo nunca olvidaré. Se trataba del señor que, anteriormente me había pinchado. Él vestido de bufón, aunque manchado de sangre y con el traje completamente roído traía agarrado mediante una cadena que acababa en un collar de pinchos al perro más salvaje, cruel e indomable que pudiera existir. Tras ambos se encontraba mi hermana, con un aspecto espantoso. Iba con la cabeza baja, amarrada por unas cuerdas con las que la sangraban las muñecas, desaseada, un aspecto repleto de enfermedades. Ellos estaban parados y el hombre junto con aquel animal me observaban, mientras mi hermana gimoteaba cabizbaja.
        Fue entonces cuando, en contra de mi voluntad, comencé a burlarme de la imagen de aquel sujeto; de repente, comenzaron a correr hacia mí, asustado y sin rumbo, hice lo que ellos. A pesar de que corría no avanzaba, y mi gesto de susto alimentaba cada vez más su sed insaciable de capturarme. Enfrente de mí, se hallaba un túnel grisáceo e infinito. Todo parecía irreal, aunque como siempre ocurre en los sueños nunca te planteas la veracidad de estos. Al fin, me capturaban y sujetándome la cara de tal forma que solo cabía en mi mirada su rostro, mi hermana de mirada hipnotizada se golpeaba contra la pared, haciéndose incluso sangre. Era entonces, cuando aquel temible señor me ofrecía o salvar a mi hermana o que yo mismo permaneciera en aquel sótano hasta la vejez. Fue en ese mismo instante en el que por suerte me desperté. Lo hice de nuevo en el sótano, sentía un inmenso dolor en el interior de mi cuerpo. Encontré a medio metro de la puerta una nota, que, pese a estar todavía drogado, pude leer. Esta decía:
        “Sé que te preguntarás qué haces aquí, pero la intención de esta nota no es comunicártelo. Quizá hayas notado un vacío en tu interior, es normal. De aquí en adelante pueden pasar dos cosas. O que caigas, o que te mantengas y si en dos días se vende podrás salir de aquí. No intentes nada con lo que puedas arrepentirte.”
        De nuevo un cúmulo de rabia invadió mi cuerpo.
        Fue entonces cuando comprendí todo. La tarde anterior un hombre de aspecto extraño y marginal aunque poderoso, se coló en la taberna donde yo y unos amigos aquella tarde pasábamos el rato. Espantó a todos ellos y sentó delante de mí; me comenzó a advertir que tuviera mucho cuidado en las próximas horas.
        Tras esto pensé que sería una broma. Ahora lo entiendo todo, aquel hombre era un brujo y por el hecho de ser albino, sacaron de mi interior algunos órganos que para las personas como él son muy valiosos ya que con ellos hacen hechizos y supuestamente miagros a personas enfermas. Tras llegar a todas estas conclusiones mis ojos se cerraron, vislumbré la imagen de nuevo de aquel brujo en la taberna con los ojos saltones y aunque muy bien vestido, de pelo y barbas muy descuidados.
        Tras todo aquello y un abrir y cerrar de ojos se presentaron en aquella sala alrededor mia, mi hermana, junto al perro y al bufón y el brujo, todos ellos a un palmo de mi cara susurrando que me volviera loco, intentaba levantarme pero me empujaban impidiéndolo, finalmente e brujo sacó de su espalda un instrumento de lo más afilado y me lo entregó por el mango.
        Fruto de la hipnotización, sin desearlo ni quererlo y de mi mano, cayó la punta del objeto en mi vientre. 

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