AMANDA GUERRA ZAMBRANO
4º E.S.O. / A
El PARAISO PERDIDO DE LABERNO
Como cada día Pelayo salió en
su pequeña embarcación a pescar.
Era un hombre fornido, alto,
con el pelo negro y ojos verdes, sus manos se mostraban desgastadas a causa del
trabajo que realizaba diariamente. Montaba en su barca como cada día con la
esperanza de volver con algo que echarse a la boca o en el mejor de los casos
llenar la bolsa con alguna reliquia o pequeño tesoro de aquel misterioso mar.
Aquella jornada no fue
distinta, se levantó, preparó un mendrugo de pan y su frasca de vino que le
darían las fuerzas suficientes para el resto del día, miro al cielo y como si
algo presintiera suspiró y salió al mar bajo los ojos de la luna.
Al cabo de unas horas notaba
que el viento era cada vez mas intenso, que las olas se volvían mas bruscas y
que poco a poco empezaba a llover, sus sentidos se empezaron a agudizar en su
afán de controlar su embarcación.
Poco a poco, el pánico se iba
apoderando de él a medida que aquella tormenta infernal aumentaba su ira.
Pelayo comenzó a rezar y pedía mirando al cielo que salvara su vida, entonces
en un golpe de mar Pelayo se cayó y se dio un fuerte golpe en la cabeza que le
dejó inconsciente.
Un rayo de sol deslumbró
fuertemente a Pelayo e hizo que despertara de aquel sueño profundo que le había
causado la tormenta de la noche anterior, al despertar Pelayo creía que estaba
en el paraíso, y que todo lo que le rodeaba no era real, ya que él y su
embarcación hecha añicos, habían acabado en una isla aparentemente desierta,
llena de palmeras y rocas por todos lados donde rompían los olas del mar.
Se levantó a duras penas,
todavía aturdido por el gran golpe, e inmediatamente se puso a inspeccionar esa
misteriosa isla que le rodeaba.
Cuando el sol ya se escondía,
Pelayo seguía buscando algo que llevarse a la boca y algún refugio donde poder
esconderse y pasar la noche en aquel territorio. A punto de desfallecer por
culpa del cansancio y de no llevarse nada al estómago en todo el día, Pelayo vio
de lejos lo que parecía una hoguera y voces de gente cantando y riendo, por lo
que le entró curiosidad y decidió acercarse a ver que era eso.
Cuando llegó al lugar de los
ruidos y de la hoguera, entre unos matorrales escondido vio lo que parecía una
fiesta de burgueses donde había mucha comida y se bailaba al compás de la
música en un baile de máscaras.
Pelayo se quedó atónito al ver
toda esa comida y a toda esa gente moviéndose de un lado para otro, riendo y
sin parar de bailar, así que decidió esperar a que se quedasen todos dormidos
para poder comer algo de aquella comida y poder buscar un refugio en aquella
zona.
Cuando por fin se durmieron
todos, Pelayo fue en completo silencio y con cuidado de no tropezar con nada
que le pudiera hacer caer y despertar a algún borracho, y cuando llegó a la
zona de la comida y bebida, Pelayo cenó como nunca, cuando terminó decidió llevarse
algo de aquellos restos de esa comida deliciosa ya que no sabia ni cuando, ni
donde, podría volver a conseguir algo para echarse a la boca, cuando se
disponía a marcharse oyó una voz que le preguntaba por qué huía escondiéndose
de los demás, inmediatamente, Pelayo se acercó asustado hacia aquel desconocido
de cara redonda con nariz picuda, ojos marrones pequeños y una gran sonrisa, el
desconocido vio a Pelayo con miedo en el rostro y el le dijo que no tenia por
que temer nada, entonces con voz temblorosa Pelayo le contó lo sucedido y desde
aquel instante el miedo de sus ojos desapareció.
Aquel hombre desconocido le
explicó durante horas lo maravilloso de aquel lugar, cada detalle y hasta le
habló de algunas personas que seguían o durmiendo o muy borrachas en aquella
explanada llena de matorrales y palmeras, alrededor de una gran hoguera en la
que permanecían los restos quemados de la carne y las viandas sobrantes.
Cuando terminaron la
conversación aquel hombre y Pelayo se hicieron muy amigos, por lo que aquel
hombre le invitó a formar parte de aquella comunidad extraña, a lo que Pelayo
aceptó gustosamente. A la mañana siguiente, aquel hombre presentó a Pelayo a la
burguesía que en aquella isla misteriosa habitaba. Le cubrieron con ropajes
burgueses, y poco a poco se fue mezclando entre la gente. Después de pasados
unos días de licores, viandas, fiestas y mujeres, Pelayo comenzó a preguntarse
de dónde saldrían todos aquellos manjares y ropajes dignos de la clase alta, en
todos esos días no llegó ninguna embarcación que pudiera proveerles de ello,
sentía curiosidad, pero era mayor la satisfacción de aquella vida repleta de
lujos y placeres que nunca había tenido y ausente de cualquier tipo de
privación.
Un día llegaron a la orilla
restos de un naufragio: baúles, repletos de joyas, ropajes, viandas... Y Pelayo
apreció la existencia de supervivientes, inmediatamente se acercó a ellos en su
afán de ofrecerles ayuda, notó que algunos estaban más receptivos que otros,
algunos conversaron con él un poco desorientados dada la situación, otros ni si
quiera le dirigían la palabra.
Mientras Pelayo intentaba
explicar lo sucedido a ese pequeño grupo que se comunicaba con él, observó como
el resto de sus compañeros iniciaban una especie de danza extraña alrededor del
grupo que se encontraba afanoso en reunir todas sus pertenencias que se
hallaban a lo largo de toda la orilla de la playa.
El pequeño grupo junto a
Pelayo se quedaron hipnotizados observando aquella extraña danza. Veían cómo
bailaban alrededor de los supervivientes del naufragio, mientras estos ante la
perplejidad de Pelayo comenzaron a agredirse unos a otros: mordiscos, se
arrancaban la piel, lo pelos, hundían los dedos en las cuencas de los ojos de
otros como si estuvieran poseídos por algún tipo de mal superior. Se estaban
matando entre ellos, se golpeaban sin cesar; poco a poco algunos de ellos
paraban y se sumaban a la danza hasta que la sangre cubrió la arena de la
playa, hasta que quedo sólo uno de ellos, sin duda el más fuerte. Aquel hombre
lleno de heridas y sangre, comenzó entonces a desgarrarse su propia piel,
arrancarse su propia carne a mordiscos, hasta que cayó al suelo.
Pelayo estaba perplejo, no
entendía qué había sucedido y por qué sus compañeros seguían bailando, de
repente aquel hombre que yacía en el suelo solitario se levanto y se unió a la
danza que continuó solo unos segundos más. No lograba entender que había
sucedido allí, asi que se quedó pensativo intentando encontrar una explicación.
A la mañana siguiente, se le
acercó una mujer. Ya la había visto días anteriores, era una mujer de rostro
sereno, con una melena castaña y una expresión conformista en la mirada, se
sentó a su lado y con una voz tenue le preguntó al oído, ¿confirmaste tus
dudas?, a lo que Pelayo respondió con una mirada interrogante.
Aquella mujer le dijo:
- Esta es tu vida. Es lo que
pediste aquella noche, cuando tu embarcación naufragaba, mirabas al cielo,
suplicando vivir, y te fue concedido. Ahora vives en este mundo, el mundo de
los muertos, donde van a parar las almas desesperadas por aferrarse al mundo de
los vivos, tan desesperadas que no les importa a quien se la venden. No pediste
volver con su familia o poder abrazar a tus seres queridos nuevamente, sólo
pediste vivir y así fue, aunque no fuera en el mundo de los vivos, lo que
acabas de ver, ese ritual, no es más que la ofrenda de nuevas almas a nuestro
dios, Laberno.
Pelayo sorprendido exclamó:
- ¡ No puede ser!, si eso es
como usted cuenta ¿por qué sólo un grupo?, ¿que pasa con las personas que junto
a mi fueron testigos de esa diabólica danza ?
A lo que ella contestó:
- Esas almas desesperadas
habitaban cuerpos débiles.
Pelayo comprendió entonces que
aquella noche realmente había muerto. El había sido un alma desesperada en un
cuerpo frágil el cual ya había abandonado cuando llegó a la isla.
Entonces Pelayo miró fijamente
a aquella mujer y le dijo con voz serena:
- He aprendido que hay que
tener cuidado con lo que se desea demasiado tarde, ahora tendré que aprender a
danzar.
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